Como adoradores, somos vasos que permitimos a Dios invadir nuestro mundo y vida a través del Espíritu Santo, creando una pasión por Él. Nuestra humanidad cede para que Él se revele a través de la adoración y convertirnos como Jesucristo y ser la luz del mundo. Él es nuestro objetivo, Su presencia es nuestro mayor deseo.